“Pana mío, hoy vamos pa′ la discoteca encendío a buscar lío”. Este viejo reguetón le viene bien al presidente Gustavo Petro, que llegó a los Estados Unidos encendido a buscar problemas. Desde que pisó tierra estadounidense no hizo otra cosa que comprometer la tradicional diplomacia del país con su estilo pendenciero y único.
Apenas llegó, lanzó el primer bombazo: invitó al
pueblo colombiano a “no dudar en alzarse” si en los Estados Unidos lo ponían
preso, sabiendo de sobra que los mandatarios extranjeros gozan de inmunidad
diplomática, máxime cuando se trata de reuniones en la ONU.
En su discurso ante la Asamblea General, no
escatimó adjetivos para calificar al presidente Donald Trump de nazi y asesino,
además de solicitar que lo encarcelaran. Ante un auditorio casi vacío, se
ensañó contra Trump y Benjamín Netanyahu en su acostumbrado lenguaje ofensivo y
descalificador. En contraste, el presidente Lula da Silva, también de
izquierda, dijo lo mismo, pero con un lenguaje diplomático firme y acorde con
la gravedad de la situación en Gaza y el estilo imperialista de Trump.
Petro esperaba una feroz andanada del
Departamento de Estado para victimizarse ante el pueblo colombiano y el mundo,
pero se quedó con los crespos hechos frente a la fría respuesta del gobierno
estadounidense.
No conforme, hizo lo impensable para cualquiera
con nociones básicas de diplomacia y de las leyes norteamericanas: megáfono en
mano, al mejor estilo de la izquierda de los años 80, llamó al ejército de los
Estados Unidos a desobedecer las órdenes de su comandante en jefe, es decir,
del presidente Trump.
Aquí está la parte digna de análisis: ¿a qué
orden se refería Petro cuando hizo esa afirmación, si se trataba de una
manifestación contra el genocidio en Gaza y Trump no había enviado tropas allí?
La respuesta aparece en su discurso en la ONU, cuando calificó a Trump de
genocida por asesinar, sin juicio, a más de quince jóvenes traficantes, entre
ellos, supuestamente, un ciudadano colombiano.
Esa es la parte más peligrosa para Colombia y
para la estabilidad del propio gobierno de Petro. Hoy, todos los diarios serios
del mundo advierten sobre una posible intervención militar en Venezuela. ¿Cuál
sería la postura de Petro? ¿Qué mensaje pretende enviar cuando propone la
creación de un ejército de voluntarios colombianos para combatir en Gaza, un
territorio en otro continente, sin vínculos de hermandad con nuestro país?
Si Estados Unidos interviniera en Venezuela,
¿haría lo mismo? ¿Comprometería la seguridad nacional ordenando a las fuerzas
armadas colombianas intervenir? ¿O llamaría a un ejército de voluntarios para
combatir allí? ¿Buscaría una tregua con el ELN y la Nueva Marquetalia para
convertirlos en grupos paramilitares en suelo venezolano? ¿Será cierto, como
repite a manera de estribillo el dictador Maduro, que existe una unión entre
las fuerzas armadas de ambos países?
¿Volvería Petro a pedir a los soldados
norteamericanos que desobedecieran órdenes de intervención en Venezuela? Esa
última pregunta es de extrema gravedad para su situación legal frente al
ordenamiento jurídico estadounidense.
Lo sucedido en la manifestación contra el
genocidio en Gaza, según analistas jurídicos y la propia inteligencia
artificial, no configura delito: se trató de un discurso político y la
“insurrección rogada” fue abstracta, sin aludir a una orden específica, y sin
que hubiera militares norteamericanos presentes.
Pero si en el futuro, frente a una orden concreta
del presidente de los Estados Unidos —como sería el caso de Venezuela— Petro
repitiera esa conducta, sí podría enfrentarse a problemas legales serios. En
ese contexto, el delito de solicitation (instigación) en EE. UU. podría
considerarse iniciado en suelo americano.
Resulta irónico, risible e incomprensible que
Petro, a quien muchos le atribuyen gran inteligencia, termine siendo una
marioneta del régimen chavista. Ese mismo régimen que hizo trizas su “Paz
Total” apoyando el narcoterrorismo en su territorio, prefiriendo mantener a los
grupos armados colombianos como fuerzas de choque para resguardar su frontera.
En cuanto a que el presidente —quien se ufana de
ser el supremo jefe de las Fuerzas Armadas de Colombia, incluso por encima de
los mandatarios territoriales en lo que respecta a sus comandantes de Policía—
pueda dar una orden para combatir en Venezuela, lo dudamos. Y lo dudamos porque
él mismo sentó el precedente de que un soldado puede desobedecer una orden
irracional, o de que cualquier líder político con suficiente influencia puede
llamar a la no intervención, tal como él mismo lo hizo en los Estados Unidos.
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