Es indiscutible que en Colombia existen unas causas objetivas que efervescen la protesta social, y mucho más ahora, con ocasión de la pandemia del Covid-19, que ha exacerbado todos los índices de pobreza y desigualdad, con un gobierno totalmente incapaz de comprender la profundidad de la crisis que coadyuva cada día que pasa a su ilegitimidad.
Pero la razón subyacente de todos los problemas de la patria está en la aprobación e implementación de unos acuerdos de paz lamentablemente incomprendidos por la mayoría de los colombianos. Sus beneficiarios, alegando que le hicieron conejo, se fueron nuevamente a la guerra: unos con fusiles; y otros, firmes y decididos a derrocar al gobierno, a cualquier precio.
Y quienes se opusieron a su aprobación e implementación no descansarán hasta verlo arruinado completamente, y a sus beneficiarios, presos, extraditados o dados de baja por el Ejército o por fuerzas oscuras. Para otros, todos nuestros males se hubiesen acabado si se hubiera suscrito el acuerdo de paz con todos los grupos armados y se estuviesen implementando los acuerdos cabalmente.
Y el pueblo colombiano, en medio de estos bandos, siendo víctima de sus mezquindades.
Esta es la realidad de nuestra nación. La ausencia de un espacio público que nos hubiese permitido decidir en el desacuerdo y seguir el mejor camino democrático para aprobar e implementar los acuerdos de paz de La Habana, nos pasará factura toda nuestra vida. Equivocamos el momento histórico, la discusión no era la medida de justicia a distribuir o adjudicar sino hacer lo políticamente correcto. Existían desacuerdos sustanciales en cuanto a lo aprobado en La Habana, pero también existía una acción común: todos queríamos la paz. No era el tiempo de la justicia, sino de la política.
Las dos Colombias se seguirán enfrentado, por cualquiera que sea la causa. Hoy la reforma tributaria, mañana la reforma a la salud, y pasado los derechos de nuestras mascotas al espacio público y hacer libremente sus necesidades.
Pero falta aún el capítulo más doloroso de todo este accidentado proceso de paz: la verdad. Hay miles de hombres públicos, influencers, periodistas, medios de comunicación y hasta delincuentes que esperan con ansias mórbidas la apertura de este capítulo de nuestra historia, que no dejará títere con cabeza. Si subsistimos a esta envestida con la democracia intacta, entonces, seremos una nueva Colombia.
No creemos que, buscando frenéticamente la verdad en el mundo de la postverdad, obtengamos la justicia que queremos. Compartimos con Peter Häberle, en su magistral obra ‘Verdad y Derecho Constitucional’ -UNAM, www.bibliojuridica.org, ISBN 970-32-3142-X, página 100: “En la historia se ha ensayado dejar en paz al pasado con el fin de darle una oportunidad al futuro y a un nuevo comienzo. Esto sobre todo debido a la dificultad de seguir la pista correcta que lleve a la verdad; lo que a su vez significa hacer justicia basándose en leyes generales y abstractas”.