De Alicia Martínez se
había sabido muy poco en el pueblo, después de todo lo acontecido con su
controversial matrimonio por poder con un piloto de una prestigiosa aerolínea
nacional, no había noticias sobre su paradero. En un viaje a Bogotá, en donde
fue a representar al pueblo en un evento cultural, conoció al apuesto capitán
del avión donde viajaba. Fue un amor a primera vista e irrefrenable. Los dos
mantuvieron una fluida correspondencia por más de dos meses, hasta cuando el
piloto por interferencia de su influyente familia, fue traslado a servir las
rutas internacionales. Ante esta seria amenaza a sus amores a distancia, el
piloto le propuso a Alicia que viajara a la Capital y en un tránsito que
hiciera el avión, se casaran y se instalaran allá. Los padres de Alicia
pusieron el grito en el cielo cuando fueron notificados de la decisión de los
enamorados.
—“De ninguna manera”—, señalo el padre de
Alicia
— “Del pueblo sales
casada, y a la vista de todos” —, puntualizó.
La familia de Alicia,
argumentaba que los amores por correspondencia se habían prestado para muchos
fraudes. Por esa razón, no podían permitirse correr ese riesgo, sobre todo, en
un pueblo donde el chisme era una ocupación bastante estimada.
Ante la posición
intransigente de sus padres, el enloquecido enamorado piloto, a través de un
telegrama, notificó a Alicia que, había autorizado al abogado de su familia,
para que viajara a su pueblo e hiciera las diligencias para casarlos por poder.
El padre Encarnación
Prasca, se negó tajantemente a hacer esa clase de matrimonio. El no concebía
que una persona pudiera representar a otra en la asunción de tan sagrados
deberes cristianos, como lo era el sacramento del matrimonio. La negativa del
cura exacerbó los rumores en el pueblo, de que el sacerdote estaba perdidamente
enamorado de ella. Temístocles Martínez, padre de Alicia, ante el comienzo de
las murmuraciones en el pueblo, le escribió al abogado del piloto rogándole el
favor de que urgiera las diligencias del matrimonio, y dado que la familia del
novio se negaba a asistir a la ceremonia que, por favor, aceptara que lo
representara en la diligencia, una persona representativa del pueblo, y no él
como abogado, porque eso vería como una farsa. En una nota marginal le explicó
que, en el pueblo, cualquier persona “honorable”, podía ser abogado.
La boda se celebró en
el juzgado promiscuo municipal, Isa Janna, representó a Andrés Felipe
Santamaría de las Casas, el novel piloto. Ante la ausencia absoluta de la
familia del novio en la ceremonia, todos en el pueblo comenzaron a murmurar que
la familia del cachaco, no era partidaria de ese matrimonio. Desde el mismo día
de la diligencia matrimonial, la gente comenzó a hacer toda clase de chistes
pesados acerca de la boda, decían que el “turco” Janna, era el hombre más
afortunado del mundo, porque Dios le había permitido casarse dos veces.
Temístocles desesperado
por buscar un mecanismo que legitimara ante los incrédulos el matrimonio de su
hija, recurrió de nuevo al padre Encarnación, para que ya una vez concretada la
diligencia civil de matrimonio, en una misa concelebrada, bendijera la unión.
Pero el cura, se volvió a negar rotundamente, a lo que él consideraba un
despropósito.
Desesperado ante la
situación y temeroso de que su familia fuera objeto de los más terribles
pasquines, hizo ampliar una fotografía de cuerpo entero que su hija guardaba de
su novio: la mandó enmarcar y la colocó en el vano de la ventana de la casa
republicana en donde vivían, para que todos conocieran al esposo de su hija y
se dejaran de joder la vida. Pero las bromas no cesaron. Muchos curiosos que
pasaban por el frente de la casa, como el uniforme de piloto era bastante
parecido al de un militar, lo saludaban al estilo castrense.
Desde el día que se
cumplió la famosa boda en el pueblo, Napoleón Mendoza no había dejado de beber.
Estaba perdidamente enamorado de Alicia, pero la arrogancia y prepotencia, no
le dejaban confesar su amor. Todos en el pueblo comentaban los desaires que
constantemente le hacía Alicia, ante cualquier acercamiento que pretendía el
fanfarrón. Era la única persona que podía hacerle tamaño gesto y salir ilesa.
Al tercer día de
parranda, tras haber pasado varias veces por la puerta de los Martínez,
embistió el caballo a todo galope contra la casa. Rayó el animal, llegando casi
hasta estrellarse contra la ventana, sacó un colt 45 que había heredado de su
abuelo, e hizo trizas la fotografía del piloto de varios disparos.
—¡Cachaco mariquita!
Gritó a todo pulmón, y se alejó a galope tendido de la plaza del pueblo.
La puesta en escena de
Napoleón en el tormentoso matrimonio de Alicia, cambó el rumbo de las cosas.
Los enamorados solapados de la diva del pueblo, fueron apareciendo uno a uno.
Después del incidente de la ventana, Leonel Benavidez, hombre recio y de pocas
pulgas, quizá la única persona en el pueblo capaz de pararse de tú a tú con el
fanfarrón Mendoza, había hecho correr la noticia que, si Napoleón volvía a
meterse con los Martínez, se las iba a ver con él. Ante estos nuevos hechos, el
padre Prasca había entrado a apaciguar los ánimos, tal vez porque se sentía un
poco comprometido con lo que estaba sucediendo. Pensaba que, si hubiera
accedido a celebrar la boda por el rito religiosos, quizá la gente hubiese
respetado más el vínculo y las cosas no anduvieran como estaban. Pero la gente
más perversa del pueblo, lo veían más en el sindicato de los despechados que,
como un sacerdote pendiente de la suerte de sus feligreses.
Había mucho temor por
el desenlace que pudieran tomar los sucesos, ahora con la presencia en el
conflicto de un hombre como Leonel, que era de pocas palabras, pero presto a
responderle una ofensa a cualquiera. Por ello, las personas más prestantes, se
dieron a la tarea de apaciguar los ánimos y de contener a los ociosos para que
no fueran a colocar pasquines en las esquinas animando una nueva desgracia en
el pueblo.
Pero a pocos días de
celebrada la boda, en una mañana de lluvias tardías, de un tedioso mes mayo,
todos en el pueblo vieron cruzar la plaza a un hombre de mediana estatura, con
sombrero de fieltro, cubierto con un impermeable de hule negro y un paraguas.
Era don Jacinto Pitre, el telegrafista del pueblo, seguido a muy poca distancia
por curiosos del pueblo que conocían, que cuando el telegrafista,
personalmente, llevaba un mensaje a una casa, era porque algo muy grave había
sucedido.
Don Jacinto tocó a la
puerta de los Martínez. La criada abrió y quedó absorta al ver al propio
telegrafista con un marconigrama en la mano.
—¡Con Alicia, por
favor! —, Exclamo el telegrafista, escondiendo la mano, cuando la muchacha del servicio pretendió
arrebatarle el telegrama.
Fue una conversación
corta e interrumpida por un llanto seco, seguida de un grito sofocado por un
pañuelo. Alicia, se enjugó las pocas lagrimas que le brotaron, le agradeció a
don Jacinto y fue a encerrase a el cuarto, de donde solo salió, el día de su
partida del pueblo para siempre.
Con la muerte
prematura en un accidente aéreo del joven piloto, la muchacha entró en una
depresión terrible, al punto que, hubo la necesidad de traer al médico Corrales
a casa. El galeno momposino, tras un minucioso examen, corroboró el diagnosticó
de depresión severa y le formuló unas gotas de bromuro de litio. A parte, les
explicó a los padres de Alicia la gravedad del asunto y la urgencia de sacarla
del pueblo lo antes posible.
El padre Prasca, había
abandonado casi por completo sus deberes parroquiales y se había dado al
cuidado espiritual de Alicia. Esta conducta del cura, llenó de ira a muchas
personas en el pueblo, entre ellos, los solapados pretendientes de la muchacha
y ocasionó que estallaran de nuevo con más fuerzas los perversos comentarios en
el pueblo. Con todo, el cura no dejó visitar la casa y dedicar gran parte de su
tiempo a consolar a la peculiar viuda.
Una Tarde, cuando el
cura cruzaba la plaza proveniente de la casa de la familia Martínez, Napoleón
Mendoza, bastante pasado de tragos, le tiró el caballo encima, hasta casi
atropellarlo, y le preguntó
—Padre, en su
sabiduría celestial, ¿Cómo cree usted, que se le debe decir a Alicia? ¿Señora o
señorita?
El padre Prasca, que
también se gastaba su carácter, tomó el paraguas que traía de bastón y le
asestó un fuerte golpe que, por fortuna, fue a dar a las ancas del animal. El
brioso corcel dio un salto y tiró al jinete por el suelo, rodándolo por media
plaza con una de las espuelas que llevaba en los pies, enredada en el estribo.
Para fortuna de todos,
Napoleón solo recibió una leve contusión en una pierna. Pero con todo, no se
salvó de la excomunión del padre, quien no contento con que la pena fuera solo
parroquial, también escribió a la Santa Sede para que ningún cura en el mundo
le diera sacramento alguno de la iglesia.
En medio de esa tormenta de disputas y comentarios, una mañana del mes de julio, Alicia abandonó el pueblo para siempre. Con su partida también se fue su historia, sus anécdotas, su picardía, excelente buen humor; pero sobre todo, su forma liberal de pensar. Entre sus padres y el cura Prasca se encargaron de borrar todo vestigio de su existencia en el pueblo. La familia Santamaría de las Casas, a pocas semanas de la noticia de la muerte del piloto, mandaron al mismo abogado capitalino que había promovido el matrimonio por poder, con una demanda de nulidad del contrato nupcial, alegando no consumación del mismo. Así también, trajo unos asuntos personales, comunes a la pareja, y setecientos cincuenta pesos, correspondientes a las prestaciones sociales del fallecido piloto