UN CAFE DONDE TERESA-Capitulo III


De Alicia Martínez se había sabido muy poco en el pueblo, después de todo lo acontecido con su controversial matrimonio por poder con un piloto de una prestigiosa aerolínea nacional, no había noticias sobre su paradero. En un viaje a Bogotá, en donde fue a representar al pueblo en un evento cultural, conoció al apuesto capitán del avión donde viajaba. Fue un amor a primera vista e irrefrenable. Los dos mantuvieron una fluida correspondencia por más de dos meses, hasta cuando el piloto por interferencia de su influyente familia, fue traslado a servir las rutas internacionales. Ante esta seria amenaza a sus amores a distancia, el piloto le propuso a Alicia que viajara a la Capital y en un tránsito que hiciera el avión, se casaran y se instalaran allá. Los padres de Alicia pusieron el grito en el cielo cuando fueron notificados de la decisión de los enamorados.

 —“De ninguna manera”—, señalo el padre de Alicia

— “Del pueblo sales casada, y a la vista de todos” —, puntualizó.

La familia de Alicia, argumentaba que los amores por correspondencia se habían prestado para muchos fraudes. Por esa razón, no podían permitirse correr ese riesgo, sobre todo, en un pueblo donde el chisme era una ocupación bastante estimada.

Ante la posición intransigente de sus padres, el enloquecido enamorado piloto, a través de un telegrama, notificó a Alicia que, había autorizado al abogado de su familia, para que viajara a su pueblo e hiciera las diligencias para casarlos por poder.

El padre Encarnación Prasca, se negó tajantemente a hacer esa clase de matrimonio. El no concebía que una persona pudiera representar a otra en la asunción de tan sagrados deberes cristianos, como lo era el sacramento del matrimonio. La negativa del cura exacerbó los rumores en el pueblo, de que el sacerdote estaba perdidamente enamorado de ella. Temístocles Martínez, padre de Alicia, ante el comienzo de las murmuraciones en el pueblo, le escribió al abogado del piloto rogándole el favor de que urgiera las diligencias del matrimonio, y dado que la familia del novio se negaba a asistir a la ceremonia que, por favor, aceptara que lo representara en la diligencia, una persona representativa del pueblo, y no él como abogado, porque eso vería como una farsa. En una nota marginal le explicó que, en el pueblo, cualquier persona “honorable”, podía ser abogado.

La boda se celebró en el juzgado promiscuo municipal, Isa Janna, representó a Andrés Felipe Santamaría de las Casas, el novel piloto. Ante la ausencia absoluta de la familia del novio en la ceremonia, todos en el pueblo comenzaron a murmurar que la familia del cachaco, no era partidaria de ese matrimonio. Desde el mismo día de la diligencia matrimonial, la gente comenzó a hacer toda clase de chistes pesados acerca de la boda, decían que el “turco” Janna, era el hombre más afortunado del mundo, porque Dios le había permitido casarse dos veces.

Temístocles desesperado por buscar un mecanismo que legitimara ante los incrédulos el matrimonio de su hija, recurrió de nuevo al padre Encarnación, para que ya una vez concretada la diligencia civil de matrimonio, en una misa concelebrada, bendijera la unión. Pero el cura, se volvió a negar rotundamente, a lo que él consideraba un despropósito.

Desesperado ante la situación y temeroso de que su familia fuera objeto de los más terribles pasquines, hizo ampliar una fotografía de cuerpo entero que su hija guardaba de su novio: la mandó enmarcar y la colocó en el vano de la ventana de la casa republicana en donde vivían, para que todos conocieran al esposo de su hija y se dejaran de joder la vida. Pero las bromas no cesaron. Muchos curiosos que pasaban por el frente de la casa, como el uniforme de piloto era bastante parecido al de un militar, lo saludaban al estilo castrense.

Desde el día que se cumplió la famosa boda en el pueblo, Napoleón Mendoza no había dejado de beber. Estaba perdidamente enamorado de Alicia, pero la arrogancia y prepotencia, no le dejaban confesar su amor. Todos en el pueblo comentaban los desaires que constantemente le hacía Alicia, ante cualquier acercamiento que pretendía el fanfarrón. Era la única persona que podía hacerle tamaño gesto y salir ilesa.

Al tercer día de parranda, tras haber pasado varias veces por la puerta de los Martínez, embistió el caballo a todo galope contra la casa. Rayó el animal, llegando casi hasta estrellarse contra la ventana, sacó un colt 45 que había heredado de su abuelo, e hizo trizas la fotografía del piloto de varios disparos.

—¡Cachaco mariquita! Gritó a todo pulmón, y se alejó a galope tendido de la plaza del pueblo.

La puesta en escena de Napoleón en el tormentoso matrimonio de Alicia, cambó el rumbo de las cosas. Los enamorados solapados de la diva del pueblo, fueron apareciendo uno a uno. Después del incidente de la ventana, Leonel Benavidez, hombre recio y de pocas pulgas, quizá la única persona en el pueblo capaz de pararse de tú a tú con el fanfarrón Mendoza, había hecho correr la noticia que, si Napoleón volvía a meterse con los Martínez, se las iba a ver con él. Ante estos nuevos hechos, el padre Prasca había entrado a apaciguar los ánimos, tal vez porque se sentía un poco comprometido con lo que estaba sucediendo. Pensaba que, si hubiera accedido a celebrar la boda por el rito religiosos, quizá la gente hubiese respetado más el vínculo y las cosas no anduvieran como estaban. Pero la gente más perversa del pueblo, lo veían más en el sindicato de los despechados que, como un sacerdote pendiente de la suerte de sus feligreses.      

Había mucho temor por el desenlace que pudieran tomar los sucesos, ahora con la presencia en el conflicto de un hombre como Leonel, que era de pocas palabras, pero presto a responderle una ofensa a cualquiera. Por ello, las personas más prestantes, se dieron a la tarea de apaciguar los ánimos y de contener a los ociosos para que no fueran a colocar pasquines en las esquinas animando una nueva desgracia en el pueblo.

Pero a pocos días de celebrada la boda, en una mañana de lluvias tardías, de un tedioso mes mayo, todos en el pueblo vieron cruzar la plaza a un hombre de mediana estatura, con sombrero de fieltro, cubierto con un impermeable de hule negro y un paraguas. Era don Jacinto Pitre, el telegrafista del pueblo, seguido a muy poca distancia por curiosos del pueblo que conocían, que cuando el telegrafista, personalmente, llevaba un mensaje a una casa, era porque algo muy grave había sucedido.

Don Jacinto tocó a la puerta de los Martínez. La criada abrió y quedó absorta al ver al propio telegrafista con un marconigrama en la mano.   

—¡Con Alicia, por favor! —, Exclamo el telegrafista, escondiendo la mano, cuando la muchacha del servicio pretendió arrebatarle el telegrama.

Fue una conversación corta e interrumpida por un llanto seco,  seguida de un grito sofocado por un pañuelo. Alicia, se enjugó las pocas lagrimas que le brotaron, le agradeció a don Jacinto y fue a encerrase a el cuarto, de donde solo salió, el día de su partida del pueblo para siempre.

Con la muerte prematura en un accidente aéreo del joven piloto, la muchacha entró en una depresión terrible, al punto que, hubo la necesidad de traer al médico Corrales a casa. El galeno momposino, tras un minucioso examen, corroboró el diagnosticó de depresión severa y le formuló unas gotas de bromuro de litio. A parte, les explicó a los padres de Alicia la gravedad del asunto y la urgencia de sacarla del pueblo lo antes posible.

El padre Prasca, había abandonado casi por completo sus deberes parroquiales y se había dado al cuidado espiritual de Alicia. Esta conducta del cura, llenó de ira a muchas personas en el pueblo, entre ellos, los solapados pretendientes de la muchacha y ocasionó que estallaran de nuevo con más fuerzas los perversos comentarios en el pueblo. Con todo, el cura no dejó visitar la casa y dedicar gran parte de su tiempo a consolar a la peculiar viuda.

Una Tarde, cuando el cura cruzaba la plaza proveniente de la casa de la familia Martínez, Napoleón Mendoza, bastante pasado de tragos, le tiró el caballo encima, hasta casi atropellarlo, y le preguntó

—Padre, en su sabiduría celestial, ¿Cómo cree usted, que se le debe decir a Alicia? ¿Señora o señorita?

El padre Prasca, que también se gastaba su carácter, tomó el paraguas que traía de bastón y le asestó un fuerte golpe que, por fortuna, fue a dar a las ancas del animal. El brioso corcel dio un salto y tiró al jinete por el suelo, rodándolo por media plaza con una de las espuelas que llevaba en los pies, enredada en el estribo.

Para fortuna de todos, Napoleón solo recibió una leve contusión en una pierna. Pero con todo, no se salvó de la excomunión del padre, quien no contento con que la pena fuera solo parroquial, también escribió a la Santa Sede para que ningún cura en el mundo le diera sacramento alguno de la iglesia.

En medio de esa tormenta de disputas y comentarios, una mañana del mes de julio, Alicia abandonó el pueblo para siempre. Con su partida también se fue su historia, sus anécdotas, su picardía, excelente buen humor; pero sobre todo, su forma liberal de pensar. Entre sus padres y el cura Prasca se encargaron de borrar todo vestigio de su existencia en el pueblo. La familia Santamaría de las Casas, a pocas semanas de la noticia de la muerte del piloto, mandaron al mismo abogado capitalino que había promovido el matrimonio por poder, con una demanda de nulidad del contrato nupcial, alegando no consumación del mismo. Así también, trajo unos asuntos personales, comunes a la pareja, y setecientos cincuenta pesos, correspondientes a las prestaciones sociales del fallecido piloto