Al invencible Gustavo Petro
En este siglo de la información gobierna quien sepa comunicar sus ideas, independientemente de la facticidad de sus argumentos. En este universo digital se impone la narrativa que se construye como una verdad social. Es decir, esta narrativa deconstruida, desarticulada con los hechos, es la que crea, en términos prácticos, una comunidad de habla y acción.
Con el desmoronamiento del Socialismo como ideología con la caída del Muro de Berlín, el triunfante Capitalismo, sin competencia ideológica a la vista, se torna más salvaje aún y se transforma en lo que se conoce como Neoliberalismo. Este cambio, viene a dar al traste con el homus politicus y a instaurar el culto al mercado. Esta mutación, despoja la política de toda reivindicación social y se concentra única y llanamente, en la búsqueda de la riqueza estatal e individual de la forma más eficiente posible.
Sin el Comunismo como el enemigo público número uno, la ideología en la política sale sobrando. Por ello, en las contiendas electorales de finales del Siglo XX el debate político se destiñe, los partidos políticos entran en crisis y la clase obrera pierde todo protagonismo en la vida política.
El individualismo aniquila la política y se diseminan los partidos políticos en grupos de intereses, dejando a un lado su verdadero papel histórico y funcional: servir de auténticos intermediarios entre la sociedad civil y el Estado. La sociedad se fragmenta y brotan como arroz diversos grupos de presión y de pensamientos, que solo persiguen sus intereses corporativos. De esta forma se inaugura universalmente el Corporativismo, el peor mal de estos dos últimos siglos.
En Colombia apenas ha comenzado a surgir este fenómeno. Ya no son las reivindicaciones sociales por la que lucharon Gaitán, Uribe Uribe, Galán, entre otros, sino el cambio climático, la eutanasia, los animalistas, la comunidad LGBTQI (lesbiana, gay, bisexual, transgénero, queer e intersexual), los cocaleros, los banqueros, los industriales, los trasportadores, los indigenistas, los afros, los antitributaristas, los jóvenes, etc., quienes dominan la agenda política.
En nuestro país este proceso se había retardado porque la anacrónica guerrilla y su socio el narcotráfico habían enervado el surgimiento de gran parte de estos grupos de presión y de pensamientos. El miedo a que la guerrilla se tomara el poder y el anhelo de los colombianos por conseguir la paz colmaban la agenda política nacional.
De ese miedo vivió la política durante décadas de su historia. Por este miedo vivimos una dictadura comunicacional impuesta por hábiles políticos y sus vectores de transmisión. También sufrimos nuestra propia guerra fría: ora por la nefasta guerrilla, ora por cuenta de nuestro infortunado vecino país, Venezuela. Este ha sido el capítulo más negativo en la política colombiana.
En este ambiente de guerra fría, como siempre, la gran sacrificada fue la verdad; concretamente, el lenguaje. Oímos confesar, al mismo expresidente Álvaro Uribe, ante la Comisión de la verdad, que ese lenguaje policivo, macartista, de señalamientos que, inclusive, él uso muchas veces, le hizo mucho daño al país y causó muchas víctimas.
Con la firma del acuerdo de paz del gobierno Santos (aunque no ha sido perfecto y la violencia continúa, vestida con cualquier ropaje político), y el hecho de que se desvelara que los gobernantes vecinos, los de Venezuela, no son más que una camarilla de narcos, desprovistos de cualquier ideología, la agenda política interna del país ha cambiado totalmente.
En Colombia hemos entrado en una fase de despolitización de la política y el señor Gustavo Petro no tiene rival conocido en este campo.
El movimiento político del señor Petro se llama Colombia Humana; su fin no es la política sino salvar la humanidad; y él funge no como un vulgar político sino como redemptor mundi. Cuando se le cuestiona uno de los pilares fundamentales de su programa de gobierno, cual es el cese de la explotación petrolera y carbonífera. Sus contradictores políticos, siempre le enrostran el hecho de que las emisiones de gases de efecto invernadero que se producen en el país y las exportaciones de petróleo y carbón, pueden considerarse despreciables, comparadas con las emisiones y exportaciones totales en el mundo desarrollado. El responde con suficiencia: «hay que salvar el planeta, es la humidad entera la que está en juego».
Él está convencido de lo que afirma y trasmite esa convicción a sus seguidores. Es un hábil comunicador. Ni a él ni a su espectro político les importa que esa postura pueda colocar por los suelos las acciones de Ecopetrol y arruinar a millones de colombianos.
Se les olvida que el mercado no razona, que no tiene alma ni corazón. Una señal equivocada en la toma de una decisión económica o política, o su mero anuncio, pueden acabar, en segundos, con los capitales más sólidos de un país.
A esto se debe la filigrana política que ha hecho el presidente progresista Joe Biden después de apoyar las políticas mundiales sobre cambio climático y fustigar a la China por su falta de compromiso en el tema. Apenas se bajó del avión presidencial de regreso a EE. UU, para calmar los mercados por sus posturas en la Cumbre, vendió más de 80 millones de acres del Golfo de México para la explotación petrolera y de gas natural.
Pero el petrismo y sus seguidores en lo único que creen es en la omnisciencia de su líder, en sus ideas, en ese amasijo hecho de cuerdas y tendones, en ese revoltijo de carne con madera, parodiando a Silvio Rodríguez en su canción, que constituye su programa de gobierno.
Ellos están convencidos de que son los únicos que pueden salvar a Colombia y a la humidad entera de la catástrofe global y, por ende, del hambre, la falta de empleo y el fin de la vida. Pero su perspicacia no se queda allí. Ellos son conscientes y saben que, para poder ejecutar su complicado programa de gobierno, no deben contar con oposición.
He aquí el dilema de su posición política: cómo se elimina la contradicción política dentro del marco democrático sin despertar sospechas de totalitarismo.
La respuesta la extrae de los errores políticos cometidos dentro de ese periodo negro, negativo de nuestra historia política, de muerte y violencia. Su oferta es totalmente opuesta: eliminar lo negativo e impulsar lo positivo. La persona humana es el núcleo de su accionar político. ¿Puede existir otra cosa más positiva que proteger la vida?
Esta maniobra le permite que su autoridad (autoritarismo), se perciba como un servicio * y no como una imposición, porque las ideas a defender coinciden con los intereses instintivos y universales del hombre: preservar la vida.
Con estos propósitos surge el Pacto Histórico, un agujero negro político, con lista cerrada, donde los movimientos y partidos que lo componen corren el riego de perder su identidad política. Este pacto es una simple franquicia, una forma generosa de Gustavo Petro de repartir, entre sus afectos, sus cinco millones de votos, como lo afirma constantemente. Si el Pacto Histórico saca menos de cinco millones de votos y obtienen menos de la mitad de las curules del Congreso de la Republica fracasan quienes integraron la lista… mas no Petro.
Si obtiene la mitad más uno, tanto en el Senado como en la Cámara, sería un golpe de autoridad electoral que le permitiría ganar en primera vuelta, con el valor agregado de que, de tajo, eliminaría a la mayoría de sus contradictores políticos en el Congreso de la Republica.
La búsqueda de la materialización de su proyecto político es la búsqueda de la eliminación de sus contradictores políticos. Si gana la Presidencia, a través de su Plan de Desarrollo, procuraría lo mismo. Con la rimbombancia que lo caracteriza, imaginamos que se llamaría ‘Pacto Histórico para una Colombia Humana’, y sus pilares fundamentales promoverían la igualdad e identidad de todos los colombianos.
En principio, no se ve nada malo en lo expuesto hasta ahora, pero la búsqueda de la identidad de todos los ciudadanos en torno a una idea política o un programa de gobierno es la semilla de todo totalitarismo.
La lucha del constitucionalismo moderno, después de la segunda guerra mundial, es evitar que se repita este tipo de uniformidad política que, precisamente, fue lo que llevó al Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán a transformarse en Nazismo y a cometer las peores barbaries de la historia.
El pluralismo político es la esencia del Constitucionalismo moderno. En nuestra Carta Política de 1991 constituye un eje trasversal, desde su declaración de principios hasta su final.
Esa Carta que usted, Gustavo Petro, ayudó a construir es la que está en riesgo cuando se pretende, por cualquier vía legítima, menoscabar la contradicción política y azuzar un enjambre de seguidores y bodegueros en contra de quienes no comulgamos con algunas de sus ideas.
Por favor, no caída en los errores de los tiranos; no imponga la dictadura de la comunicación
PD: Michel Foucault define la filosofía como una especie de periodismo radical, y se consideraba a sí mismo periodista.
* Quienes quieran profundizar sobre el tema pueden leer al profesor de Oxford, Joseph Raz en ‘La Razón Práctica y las Normas’, y al filósofo surcoreano Byung Chul Han en ‘La Sociedad Transparente’.