Cuenta
la mitología griega que la última vez que se reunieron todos los dioses y los
hombres para cenar, fue en las bodas de Cadmo y Harmonía. Pero la armonía del
banquete se interrumpió, cuando Cadmo, le obsequió a su amada, de forma
solapada, las primeras letras del lenguaje escrito.
Según
esta tradición, con la aparición del lenguaje escrito, se rompe la armonía
entre los dioses y los humanos; y más tarde, en la sociedad misma.
Con
el decaimiento del lenguaje escrito como medio de comunicación y el surgimiento
de los medios audiovisuales en su reemplazo, va surgiendo un mundo digital en
el dominio de la información que distorsiona la verdad factual y abre paso a un
universo virtual, donde se impone la narrativa construida como una verdad social,
sujeta a la percepción del individuo o de la sociedad; pero, sobre todo, a un
lenguaje deconstruido, desarticulado con los hechos, donde triunfa quien tenga
la mayor aceptación en las redes sociales y medios de comunicación, y además,
sea un hábil comunicador. Es decir, esta narrativa deconstruida, desarticulada
con los hechos, es la que crea, en términos prácticos, las razones para la
acción, las ideas que se prenden en la conciencia de las
gentes.
La
narrativa política impuesta en cada debate electoral o en cada esquema de
oposición gubernamental, va generando una matriz de opinión, que no solo
distorsiona la realidad y desnaturaliza la historia, sino que produce un
sedimento, un precipitado social en la conciencia de la gente, lleno de odios y
resentimientos, que fragmenta a la sociedad, irremediablemente.
La
primera víctima del lenguaje político es la verdad. La lucha por la
construcción de una hegemonía social a través del discurso, distorsiona la
realidad política, social, económica y, finalmente, la moral de una sociedad.
La
instrumentalización de la verdad como un producto social, alejada de los
hechos, es el arma política más poderosa de la era de las redes sociales y el
mundo digital. Así lo han entendido los manejadores de imagen de los políticos.
Por esta razón, cada día, alejan más a sus pupilos de una ideología de partido,
de las propuestas sociales, para impulsarlos a generar matrices de opinión, que
no solo busquen posicionarlos en el mundo digital, sino destruir a sus
adversarios o contradictores políticos.
Esta
circunstancia, ha trasmutado la vieja lucha ideológica del pasado, en una
batalla de descredito y desinformación, donde lo particular se ubica por
encima de lo general y abstracto. El objetivo de la política moderna es,
despolitizar la política.
En
Colombia, este fenómeno se ha aunado con la búsqueda mórbida de la verdad,
por unas victimas que han sufrido la peor de las violencias, durante más de
setenta años.
Este
deseo legítimo de las victimas por conocer la verdad, se ha enmarañado con la
política, que tienes unos fines distintos. Mientras las victimas la buscan para
aliviar el dolor y vacío intenso que les ha dejado la violencia, obtener una
reparación y contribuir con su sufrimiento a su no repetición; a la política,
por el contrario, lo único que le interesa es, exacerbar su esclarecimiento, en
algunos casos, para derrotar al régimen que, supuestamente, la oculta. Así
mismo, a un sector del establecimiento, impedir a toda costa que se sepa.
No
obstante, el proceso de paz haber estatuido una Jurisdicción Especial para la
Paz-JEP y una Comisión de la Verdad, como organismos neutrales, para precaver
un poco esta situación, estas instituciones han sido permeadas ideológicamente.
En
un país, donde se adolece de una técnica científica de investigación
criminológica, el testimonio y los indicios, se ha constituido en las pruebas
reinas de todo proceso. Pero desafortunadamente, quienes renden testimonios
ante la JEP y la Comisión de las Verdad, no son los ángeles ni arcángeles, sino
actores políticos y criminales, por lo tanto, su lenguaje y narrativa, deben
ser tomados con pinzas.
Alrededor
de estas nobles instituciones, sus funciones, decisiones y citaciones, se ha
nutrido el debate electoral en estas dos últimas campañas presidenciales. Esto ha
originado una politización de la verdad, que nos está conduciendo nuevamente, a
una era de terror y violencia, solo equiparable con las épocas de Pablo Escobar
y su lucha por la no extradición.
Esa
búsqueda morbosa y politizada de la verdad con fines electorales y para
destruir por siempre contradictores políticos, está siendo bien aprovechada por
los actores armados del narcotráfico, para revivir los tiempos de la no
extradición, a cambio de una verdad a medias, sesgada y dosificada, que les
permita dilatar por siempre en el tiempo su no extradición.
En
estas circunstancias actuales, comulgamos en nuestra opinión, con el profesor, Peter Häberle, cuando afirma: “En la
historia se ha ensayado dejar en paz al pasado con el fin de darle una
oportunidad al futuro y aun nuevo comienzo. Esto sobre todo debido a la
dificultad de seguir la pista correcta que lleve a la verdad; lo que a su vez
significa hacer justicia basándose en leyes generales y abstractas” -Verdad
y Derecho Constitucional, UNAM, www.bibliojuridica.org, ISBN 970-32-3142-X, página 100