Para el liberalismo clásico positivista, la moral es irrelevante para el gobierno, porque la vinculación de los servidores públicos con el Estado y con la sociedad se da a través de una relación funcional positiva, es decir, a los funcionarios públicos solo les está permitido hacer lo que expresamente señala la Constitución y la Ley.
Así mismo, en los regímenes democráticos los ciudadanos cuentan con instituciones regladas para su participación en la vida política y gubernamental, así como para la defensa de sus derechos.
De igual forma, para esta corriente del pensamiento filosófico, la moral no tiene carácter operativo en la política, porque esta no está centrada en la búsqueda de lo bueno o lo malo sino en hacer lo correcto.
Se han hecho muchos esfuerzos en el campo filosófico para justificar los regímenes democráticos, planteando una relación no superflua entre la moral, el gobierno y la política, mediante racionamientos constructivistas que conducen hacia un concepto de moral operativa, la cual permite corregir, permanentemente, el derecho, la política y el gobierno para centrarlo en la persona humana y el bien común.
Dentro de esta corriente del pensamiento filosófico podemos destacar a Immanuel Kant, Jurgen Habermas, Robert Alexy, Joseph Raz y, en Latinoamérica, a Carlos Santiago Nino, entre muchos.
En Colombia, en este debate electoral próximo a concluir, un ingeniero civil, Rodolfo Hernández, nos ha sorprendido con una propuesta filosófica que colmó la agenda política de los siglos IXX y XX, entre el idealismo y el materialismo que, para la realidad política del periodo contextual, no era otra que la lucha entre las ideas liberales y socialistas.
Específicamente, las ideas de Immanuel Kant se habían tornado en un verdadero tropiezo para el afincamiento del materialismo histórico, sustrato filosófico de las ideas socialistas de la época. Por ello, el pensamiento liberal de este filósofo fue combatido ferozmente por Karl Marx, pero, principalmente, por Vladimir Lenin, el padre de la revolución soviética, quien en 1909 publica su obra ‘Materialismo y Empiriocriticismo’, dedicada totalmente a combatirlo.
El ingeniero Rodolfo Hernández, en su lenguaje vernáculo, nos plantea una nueva forma de hacer la política y el gobierno, no basándose en un catálogo de propuestas para todos los electores sino a través de la idea kantiana del imperativo categórico.
El imperativo categórico es el núcleo esencial de la ética kantiana, y se puede resumir fácilmente como un mandato moral que debe guiar las acciones de los hombres, sin ningún fin distinto que el cumplimiento del deber, expresado en la «buena voluntad» de todos nuestros actos.
Así, de esta forma, para este candidato, en últimas, lo importante de un político, o en su caso de un candidato, no radica en la audacia de sus propuestas sino en «no robar, no mentir y no traicionar», mandatos que son, justamente, sus «imperativos categóricos«.
Vaya lío en que nos ha metido el candidato a quienes trajinamos de alguna forma con la Filosofía del Derecho.
Sin temor a equivocarnos, la relación entre la moral, el derecho y la política es el problema fundamental de toda la filosofía.
Pero, independientemente de quien haga la propuesta y la oportunidad de la misma, la noción de imperativo categórico es el precepto que mejor se adecúa a una ética pública sana y universal.
La «buena voluntad kantiana», ese deber intrínseco de actuar bien, guiado por el interés general y no solo porque existan unos ojos vigilantes: los de las entidades de control, sería la forma ideal de gobernar.